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Hoy he tenido un mal dia. O no.

Hay veces que uno tiene un mal día.
De esos grises, que te saludan al amanecer con lluvia abundante
Y continúa -el día- sabiendo que tienes que acudir al galeno.
O al hospital.
O a una analítica para ti, o acompañando a uno de los tuyos.
Colas. Listas de espera. Paciencia.
Un día de esos en los que la cosa ya empieza... un poco gris.
Aunque, uno le pone empeño con energía y positivismo. Para ver la botella medio llena.
Y todo eso.
Pero el día ya... empieza con prisas.
Además, la cosa se agrava cuando se cruza en tu camino un ciclista talibán.

Ya saben ustedes.
De esos que van por el centro del carril, haciendo eses, para mas INRI.
No sea que nadie ose rebasarlos y superar su velocidad de veinte kilómetros por hora, usurpando sus derechos.
Convencidos de su cruzada, como no.
Y por supuesto, convencidos de esos -sus derechos- cuando llegan al semáforo en rojo y lo esquivan, apeándose de la bicicleta.
Bien por el paso de peatones, bien por donde les viene en gana.
Que para eso son ciclistas.
Porque yo lo valgo, oigan.
Y al salir del semáforo, claro, te lo vuelves a encontrar.
Porque tu triplicas su velocidad, les guste o no, e inexorablemente, lo alcanzas de nuevo.
De nuevo... Por enmedio del carril, haciendo eses.
Hasta el siguiente semáforo
Una y otra vez.
Pero no pasa nada. Es ecológico y es el futuro, reconozámoslo.
Y hay que tener paciencia.
Mucha mas todavía cuando -en vez de bicicleta- resulta ser un patinete eléctrico.
Gestionado en esta ocasión, por un ser humano ataviado con un abrigo largo, unos pantalones de pitillo que enseñan el tobillo desnudo (pese al frío de narices), un bolso de bandolera, barba hirsuta (pero barba, oigan, faltaría mas), una enorme bufanda y, en vez de casco, un gorro de lana multicolor de una etnia del altiplano boliviano.
De esos con orejeras que cuelgan a los lados con un cordoncillo trenzado al final. Que seguro que protege mas que el policarbonato. El gorro multicolor, quiero decir.
Y -como no podía ser de otra manera- bajo el gorro y sobre la bufanda, una sempiterna sonrisa en la cara. Por supuesto.
Ya saben.
Porque yo lo valgo.
O -sin comerlo ni beberlo- te adelanta un coche de estos tan de moda ahora y tan prácticos, tipo Mini Country Man. Un vehículo sin duda concebido para circular por la gran urbe, dada su practicidad, volumetría y comodidad. Menos mal que ya los hay híbridos.
Y además, sin respetar a nada ni a nadie, la señorita que lo conduce, muy divina ella, va tipeando cosas en su móvil, enviando guasaps por doquier.
Pero la cosa llega a sus máximos cuando otro conductor, en el semaforo y muy educadamente, le indica -con gestos corteses- que eso es peligroso.
Y no corta ni tampoco perezosa, la señorita deja móvil, volante y guasap, saca la mano por ventanilla y (con sus uñas bien larguitas cuadraditas y de manicura francesa) hace una gran peineta dirigida al educado caballero.
Mientras, sacando su cabeza y larga melena por la ventanilla, grita: MACHISTA...!
Acelerando -al mismo tiempo- como alma que lleva el diablo. Justo antes de la luz verde y a todo lo que dá de sí el Country Man.
¿Es cabal preguntarse entonces como gaitas lo hacía para typear en el móvil con esa manicura...?
¿Porque yo lo valgo...?
Seguro que sí.
Hay que ver, la de cosas quese llegan a pensar en un semáforo.
Pero bueno, mantengamos el tipo, que nos queda una larrrrrga jornada laboral.
Reuniones interminables, incendios que apagar, conversaciones que atender, correos que contestar.
Y la espalda me esta matando. Serán los años. O esta vida sedentaria. Que será.
Y vuelves a tu nido, preguntándote si te encontraras de nuevo con el ciclista, el patinador o la manicura francesa, por ahí, en medio del atasco.
Intentas desconectar del mundanal ruido y acometer las obligaciones del hogar.
Recoger un pedido, hacer unos recados, comprar unos tornillos en la otra punta del barrio.
¿Con la moto?
¿Por que no?
Ha dejado de llover como si cayeran cubos.
Y la tarde todavía es larga. Y con moto... no hay atascos.
Se llega pronto. Se aparca rápido. Molestas poco.
Bajas al garaje.
Te pones el casco.
Los guantes.
Insertas llaves y le das al contacto.
Y suena... el bendix.
Ese crujido eléctrico. Ese sonido... mágico.
Y lo que antes fue tedio, ahora se ilumina.
Una débil sonrisa se acerca a la comisura de tus labios. Muy tenue.
Das gracias al cielo por la oportunidad.
Por poder hacer lo que vas hacer ahora.
Algo sencillo.
Embrague.
Primera hacia abajo.
Y acelerar suavemente sintiendo el runrunear del bicilíndrico entre tus piernas.
Toda tu existencia, todo tu ser se concentra en una única cosa. Pilotar tu moto.
Tus manos, tus pies, tu cuerpo, tu equilibrio...
Todos tus sentidos enfocados hacia una sola cosa. Tu y tu moto.
Todo tu ser concentrado en esa única situación.
Y percibes el presente, de manera extraordinaria.
Lo notas ahí, en la punta de tus dedos.
No hay mas. Ni nada en lo que pensar.
Nada. Nada que no sea lo que estas haciendo en ese momento.
Y entonces todo cobra sentido.
Sigues rodando, dejando fluir mandos, extremidades y movimiento.
Dejándote llevar. Saboreando ese momento presente. Único. Inigualable.
Y piensas...
"Que bonito es estar tan loco... y andar suelto".
Si.
Hoy he tenido un mal día.
O no.
Quien sabe.

Keep Calm... And Ride On.

7 comentarios :

  1. Sin palabras, una lectura que da gusto digerir. O quizas tambien yo este loco. Sea como sea a seguir.. Gas!

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  2. Muchas Gracias, Moises.
    Aqui tienes tu casa.
    ;-)

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  3. Bendita locura y que dure muchos años más. Un saludo

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  4. Que buen Maestre, que bueno.
    Fede
    Ciudad Real

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  5. Durante años me desplacé al trabajo y del trabajo, en una ciudad grande como es ZaraGoza, sobre todo, andando; así que no me pasaban esas "cosas", pero seguro que describes bien

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