Safe Creative #1502090159396

Enlace MotosDeEnduro

síguenos en twitter Siguenos en Instagram Siguenos en Facebook Siguenos en LinkEdin Siguenos en TripAdvisor

La Herencia (y II)

Y allí estaba Nacho.
Sentado en la oficina, frente a aquel "señor mayor" y aparentemente sin saber que decirse.
Y por su parte, con la llegada de Nacho, Pedro Briones (pues así se llamaba aquel "señor mayor", el dueño del negocio) se acababa de enterar de una triste noticia: Su casero y otrora intimo amigo, el abuelo de Nacho, había fallecido días atrás... sintiendo con ello un dolor sordo en el pecho al no haberle dado el último adiós. Aun a sabiendas que el sepelio fuera solo para la familia.
-La semana que viene es la misa en su honor, por si quiere asistir- le dijo Nacho, intuyendo sus sentimientos.
Y con aquella carta firmada de su puño y letra, entregada fríamente por aquel niñato que decía ser su nieto, Pedro Briones revivió la promesa que en su día le hiciera a su fiel compañero de correrías y aventuras.
En la misma le decía lo que en su momento acordaron, para cuando llegase el momento. Lo recordaba como si fuera ayer, con un nudo en la garganta y el corazón encogido.
Aquel apretón de manos, con un par de cervezas en las que tenían libres...
Y el abrazo al final de aquella tarde.
Aquel "sábado de taller" restaurando aquella vieja Guzzi, que tantos quebraderos de cabeza -y también tantas alegrías- les dió a ambos.


Le dijo:
"Pedro, me gustaría que al muchacho le des unos valores, que le enseñes un oficio. Se nos esta torciendo y ni sus padres ni yo sabemos que hacer con él. Pero veo como le brillan los ojos cuando ve una moto. No está todo perdido"
"Si conseguimos meterle el veneno en el cuerpo, y le enseñamos un oficio, creo que verá la vida de una manera distinta. No te preocupes por su salario. Lo pagaré yo, con un fondo fiduciario que administrareis tú y mi abogado."
"Y el local, será suyo, lo heredará. Pero no podrá arrendarlo, ni traspasarlo. Es condición indispensable que el negocio siga adelante y que trabaje en él. O si desiste, que tu continúes, con las mismas condiciones que las actuales. Si no es así, lo perderá. Lo dejaré bien dispuesto. Tu no te preocupes. Solo encárgate de darle trabajo. Pero que empiece desde abajo, como aprendiz."
Y en la misma carta, como postdata, el nombre y numero de teléfono del notario, para rematar las ultimas formalidades de aquellas ultimas voluntades del fallecido.
Tras volver de sus recuerdos... fué el propio Pedro el que rompió el hielo y le habló largo y tendido a Nacho sobre su abuelo. Sobre su carisma y su bonhomía. Y sobre la amistad y la pasión por las motos que les unía.
Y -a al acabar- le explico con suavidad las condiciones de aquellas ultimas voluntades.
-Bien, Nacho...¿Qué sabes hacer? ¿Has trabajado alguna vez en un taller?
-No. No he trabajado nunca -Respondió engreído.
-Entonces... ¿Tienes alguna afición, un hobby, un entretenimiento...? Ya sabes…
-Pues... soy mas bien de "las tres R" : Reguetón, Red-Bull y Redes Sociales. Para lo que estamos haciendo con el mundo, mas vale disfrutar que ponerse a trabajar. Pero si quiero seguir pagándome mis vicios, parece que no voy a tener mas remedio.
-Ya veo... - asintió Pedro y le dijo a la hora que debía estar al día siguiente para empezar.
Le volvió a recalcar suavemente las condiciones de su herencia y ademas, le insistió sobre la puntualidad, que consideraba fundamental. Y se despidieron, sin mas, con un tibio apretón de manos.
Al día siguiente, para su sorpresa, el chaval allí estaba, como un clavo, a las ocho menos cuarto de la mañana. Tomaron un café en el bar de la esquina y Pedro les presentó al muchacho a los parroquianos que por allí pululaban. A María, la dueña del local, en un pequeño aparte y tras un despiste del crío, le comentó de quien era nieto Nacho. A la mujer casi se le saltaron las lagrimas, pero se repuso y miró al muchacho, con una mezcla de curiosidad, cariño... y desconfianza.
Y así empezó Nacho su andadura en "Rectificados y moto-recambios Brío" junto a aquella Impala que había visto tantas veces, mientras todos los días limpiaba y clasificaba y atendía pedidos, como el mancebo del establecimiento.
Al mes ya se manejaba bien e incluso se había ganado el respeto de los compañeros.
Nacho, pasado los días iniciales, y los comprensibles equívocos (que suplía con buena disposición), siempre estaba dispuesto para echar una mano. A cualquier cosa que surgiese o que le pidieran.
Y por fin llegó el día que le enviaron a una recogida de un paquete. Y -a instancias de Pedro- con moto. Y no una cualquiera, sino con aquella sempiterna Montesa roja.
Nacho, que creía que era una moto mas de escaparate que otra cosa, no se lo podía creer. Para el fué un sueño hecho realidad.
-¿Sabrás llevarla... ¿No...?- le dijo Pedro mientras la sacaban a la calle.
-Toma...¡Pues claro!
-Bueno, tu ten cuidado, no hagas tonterías, trátala suavemente y ves despacio. Es aquí al lado y no hay prisa. Se prudente.
- Si Pedro, descuida- le dijo Nacho mientras la arrancaba y calentaba con concentración... pero evidente nerviosismo.
Y antes de salir, Pedro, le puso una mano en el hombro y le dijo:
-Y volver los dos de una pieza, que eso es lo mas importante. Tómate tu tiempo.
A los veinte minutos Nacho estaba de vuelta, con un paquete atado al sillín con un pulpo... y una sonrisa de oreja a oreja.
A partir de ese día, cuando tenía un momento, raro era que no se pusiera a revisar y mimar aquella Impala. Le sacaba el polvo de encima, revisaba los mandos, pulía cromados, la ponía en marcha de vez en cuando, la engrasaba y aceitaba... Y sobre todo, la miraba. La miraba mucho, cuando acababa con ella, absorto en sus pensamientos. Cuando eso sucedía, Pedro y el resto de los trabajadores del taller, sonreían con disimulo.
Además... parecía que la mecánica le empezaba a apasionar. En sus ratos libres, leía manuales y tratados y acribillaba a preguntas a Pedro.. y al que se le pusiera a tiro. Pedro, siempre serio, pero con evidente satisfacción, le ayudaba y le recomendaba textos y le resolvía dudas en alguna clase magistral. Sazonadas con alguna "batallita" que dejaban embobado al joven aprendiz.
Pues así lo entendían todos ya en el taller: "El joven aprendiz".
Con el tiempo, era frecuente verlo quedarse después del horario del taller , bien echando una mano con faenas atrasadas o bien "cacharreando" con el torno u otras herramientas. Por lo general... haciendo alguna "destroza" que se encargaban de corregir -con paciencia- Pedro y los demás al día siguiente.
Nacho era ya el primero en llegar... y el último en irse.
Sobre todo, cuando recibían algún "viejo hierro" para restaurar.
Se notaba que disfrutaba devolviendo a la vida aquellas viejas glorias. Y con estas tenía siempre un cuidado exquisito. Así, paso a paso, adquirió destreza y aquellas "destrozas" iniciales fueron desapareciendo.
Pasado el otoño y también el invierno, acudieron a una concentración de motos. Un evento del cual era sponsor la tienda-taller.
Y allí fué donde -por fin- el chico descubrió el verdadero ambiente motorista.
Lo que era la amistad entre personas que nunca se habían visto.
U otras que estaban separadas por miles de kilómetros y que cuando se veían, lo hacían como si fuese ayer el último día que coincidieron.
Nacho, cual esponja absorbe un líquido, fue aprendiendo cosas como que el saludo a otros motoristas en carretera es sinónimo de igualdad y compañerismo, solidaridad y empatía, además de un acto de educación.
Que si uno tiene un problema, dejando en el arcén un casco, avisa de ello.
De lo que se siente al coronar un puerto de montaña mítico.
De la sensación de atravesar dunas de arena o caminos de tierra o trochas llenas de vegetación.
De llegar a un circuito el día antes de las carreras.
O a una concentración.
También descubrió la aventura personal de rodar en solitario... y el compromiso que conlleva pertenecer a un moto club.
De lo feliz que se rueda al inicio de un viaje programado, en una comitiva de celebración... o lo triste que puede llegar a ser un homenaje a un compañero caído.
O de lo mal que se pasa cuando hay algún percance de importancia rodando en grupo o en menor medida de regreso de unas vacaciones.
Que a veces es preferible rodar solo, que mal acompañado. Y que de hacerlo en grupo hay unas normas básicas, que hay que respetar.
Aprendió a ser puntual y acudir con el depósito lleno.
Que una cerveza bien fría -tras acabar un trayecto en verano- sabe a gloria.
Y que un consomé calentito después de circular con bajas temperaturas... también.
A la segunda concentración de motos que acudió ya lo hizo con la convicción que la siguiente sería con una moto propia, ganada con su trabajo y lo que había ahorrado... o no sería.
En concreto, sin saber muy bien porque, le había echado el ojo a una. Una vieja Bultaco Metralla, que había en un rincón del almacén cubierta de polvo.
Un viejo hierro que en otro tiempo usaba el jefe para moverse por la ciudad.
Nacho le pidió que se la vendiese. Y Pedro accedió encantado. Casi se la regaló.
Se empeñó en restaurarla desde cero corriendo con todos los gastos de su propio bolsillo -además-contó con la ayuda de los compañeros del taller, que lo observaban confiados... pero de reojo.
Pasaba las horas en el taller reparando o sustituyendo piezas, buscando recambios, ajustando elementos. Y cuando no podía con algo pedía ayuda a sus compañeros, a cambio de una ronda de cervezas o un almuerzo -también pagado de su bolsillo- en el bar de María.
Hasta que un día tras las labores finales de incorporar cromados, tapizados y depósito y aletas pintadas con los colores originales... la acabó.
Y la puso en marcha. Fué un momento feliz.
Tanto, que se dió una vuelta con ella y pasó por el bar donde se juntaba antaño con los amigos.
Fué a enseñarles su obra maestra… orgulloso.
Pero a ellos no les llamaba la atención, preferían los coches alemanes de gama alta.
Frustrado, y preguntándose que hacía allí, Nacho se marchó y acudió de nuevo -sin tampoco saber cómo ni porque- al bar de María donde todas las mañanas tomaba café o almorzaba.
Fue la misma María, y todos los parroquianos del bar, los que le dieron la enhorabuena. Y fué Maria la que ofreció una ronda a cuenta de la casa, para celebrarlo.
Nacho estaba exultante. Y respondía a  todas y cada una de las preguntas que le hacían sobre "La Metralla" y el proceso de restauración. Las explicaba con detalle e incluso le dejó dar una vuelta al hermano de Maria, Richard, un viejo motard con el que había hecho amistad en las concentraciones a las que acudía con Pedro.
Con el tiempo... dejó de ver a sus antiguos amigos.
Y comenzó a acudir a mas y mas reuniones y eventos de corte motorista, junto con Richard y Pedro, o incluso solo a veces. Ya empezaba a ser conocido como “Ignacio el de la Metralla amarilla”.
Y tras ella vinieron más. Motos de mas empaque y mas calado, que le permitieron llegar mas lejos y descubrir nuevos horizontes.
Pero la Impala roja y la Metralla amarilla, siempre estaban en el escaparate del taller, luciendo como un espejo. Y salían de allí de vez en cuando, petardeando y echando humo, orgullosas y con la cabeza alta.
Un día, años después y ya cercana la jubilación de Pedro Briones y mientras mientras almorzaban en el bar de María, su ahora amigo y confesor, le preguntó si aún seguía con lo aquello de "las 3 erres".
-Si, claro- contestó Nacho- pero ahora no significan lo mismo.
-Ah... si?- le pregunto Pedro.
-Si. Ahora las tres erres significan... Rutas, Reuniones de amigos y Rock and Roll.
Y los dos rieron.

La herencia (I)



Relato basado en una idea original de Ramón Parreño.

No hay comentarios :

Publicar un comentario

No tengas miedo... Es gratis e indoloro.
Pon lo que te apetezca, siempre que sea sincero y respetuoso.
Me hará mucha ilusión y me animará a seguir.
Pero sobre todo...
¡Muchas gracias por tu tiempo por anticipado...!
Un abrazote.
(P.D.: Elije el usuario "Anonimo" en el menú desplegable "Comentar Como:" si no quieres darte a conocer... o te resulta mas cómodo. Es el último "perfil" del menú)