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Seguía siendo invierno.

En ocasiones me gusta vagar sin rumbo.
Andando y desandando el camino. Perdiéndome y volviéndome a encontrar.
Y, si se tercia, consultando un mapa, como os he comentado en alguna ocasión.
Aquel día, después de hacer esto mismo, consultar un mapa, me dirigí hacia un curso fluvial con la sana intención de recorrerlo. Y si la cosa era propicia, incluso vadearlo.
Pero al poco, sin quererlo y muy a mi pesar, acabé dentro de las desvencijadas instalaciones de una finca privada, rodeado de perros y gatos que me miraban somnolientos, con la misma curiosidad que su dueño.

El hombre, al cual saqué de su quehacer diario (ese trajín lento y pausado de maquinaria y faena de instalación agropecuaria), dejó sus tareas en cuanto me vió. Y se acercó hacia mí despacio, con rictus serio.
Tras apagar el motor y darle los buenos días, me preguntó a donde iba, cuando ya estaba cercano. En esa distancia corta, interpreté en sus ojos el esbozo de una escueta sonrisa socarrona.
Era un hombre corpulento y tenía quizá mi edad, pero su rostro estaba cuajado de arrugas y surcos, curtido por sol y aire libre. Sus manos eran grandes, ahormadas posiblemente por décadas de trabajo manual en el campo. Manos que metió en los bolsillos de un mono de trabajo azul, raído y desgastado. Casi... forzándolas, pues apenas le cabían.
"Lo siento" -dije- no quería molestar.
"Tienes que dar la vuelta"- me contestó.
"Perdone usted, ahora mismo. Disculpe".
"No molestas, hombre. Si es porque no hay salida mas adelante. Además... Me gustan las motos"-respondió señalándome el bordado verdiblanco de "Castrol" que lucía en el hombro.
Yo no había caído en el detalle, mas atento a los enormes perros que me miraban, estatuarios.
Y al tamaño y movimientos de aquellas manos, también enormes.
Tras una breve conversación, sobre lo bueno que estaba el día, las escasas lluvias y lo adelantada que estaba la primavera, me despedí.
Todo ello, mientras acariciaba las orejas al enorme mastín que se acercó a olisquearme.
Arranqué de nuevo la moto, y maniobré para girar en redondo.
Por el espejo retrovisor, al comenzar a abandonar el lugar, observé como el propietario de la finca me despedía con una de sus manos en alto y -ahora si- una franca sonrisa.
No quedaba pues, mas que rehacer el camino hasta encontrar de nuevo una nueva vereda que recorrer.


Las horas pasaron, y con ellas la mañana entera.
Un ir y venir continuo, por esa la ahora llamada España vaciada. Entrando y saliendo de caminos, tomando y retomando senderos y cordales que, por lo general, solo me llevaban a alguna valla o un talud que interrumpía el andar.
Por lo cual, saciado ya ese deseo inicial de "perderme y volverme a encontrar" decidí retomar la carretera y seguir la ruta que recorría el valle. Para dar la vuelta a la sierra, visitando alguno de sus pueblos. Y… si.  Volví a consultar un mapa, en esta ocasión para acercarme a la vía asfaltada mas cercana.
Pues la jornada estaba espléndida y pese al frío de madrugada, ahora tenía un sol primaveral sobre mi cabeza. Con una luz que hacía increíble aquel día, de inicios de febrero.
Ya sabéis... Uno de esos días que solo quieres rodar un poco para "quitarte las penas" y alegrarte la mañana. Y sin comerlo ni beberlo, la cosa sale redonda.
Uno de esos días en que los kilómetros se suceden. Las curvas no se acaban y tu solo deseas eso, que no se acaben nunca. Un día de los que exprimes las últimas horas de sol hasta el final, disfrutando cada minuto, pues te dices (para justificarte, supongo) que nunca se sabe cuando será la próxima.
Así, entre curva y curva, retomas ese puerto que nunca defrauda, cien veces recorrido, pese a que la noche está cerca. 
"Un poco mas"- te dices a ti mismo- "Que vete tú a saber cuando volveré por aquí"
Y ese día, me sorprendió la noche (es un decir) en lo alto de ese puerto, a mas de mil quinientos metros, en pleno febrero. Paré la moto y me bajé, unos minutos. A escuchar el silencio.
En ese momento las nubes se abrieron y una enorme luna llena salió a saludar, iluminando todo a su paso, en un espectáculo de luz azulada.
Boquiabierto, saqué esta foto, antes de empezar a notar como la temperatura descendía en caída libre. Recorrí el resto del puerto con cuidado, con el warning de aviso de hielo en el display y abandonando el altozano por debajo de cero.


Pese a que había sido un día espléndido, primaveral, esa noche iba a caer una buena helada.
Seguía siendo invierno.
Un buen recuerdo, que guardaba a buen recaudo, en la memoria.
😎
#KeepCalmAndRideOn 
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